dimanche 23 novembre 2008

Lanzamiento en la Filsa. Participaron los escritores Darío Oses y Nubia Becker, junto a la escritora y editora, M. Eugenia Lorenzini.

El 16 de noviembre, en el marco de la 28ª Feria Internacional del Libro en la Estación Mapocho, se efectuó el lanzamiento de la novela "El libro de Carmen".
A cargo de la presentación estuvieron los escritores Darío Oses (leer acá su texto de presentación) y Nubia Becker (leer sus comentarios).

Maria Eugenia Lorenzini, de Editorial Forja comentó:

"Sin lugar a dudas, nos encontramos frente a una escritora que trascenderá en las letras nacionales, ya que desde hace bastante tiempo ha venido trabajando con este maravilloso instrumento del cual nos servimos: la lengua, utilizando el matiz perfecto para cada palabra, el significado preciso y la connotación exacta. La experiencia y madurez literaria se hacen evidentes en El Libro de Carmen, la segunda novela de esta autora, cuya primera edición fue en francés De ella ya críticos de la talla de Claude Fell , en París, ha dicho: “El libro de Carmen da una imagen a la vez patética y melancólica de la condición femenina. La alternancia entre la tercera y primera persona crea una tensión aún más fuerte y cautivante para el lector debido a que el destino de la protagonista se identifica y se confunde poco a poco con el de su país. Una novela que debemos leer con urgencia”."





Leer más...

lundi 17 novembre 2008

Reseñas Septiembre Octubre 2008

Le Monde Diplomatique, Octubre 2008


(pulsar en la imagen para poder leer el texto)


El Líder, 3 de octubre 2008


(pulsar en la imagen para poder leer el texto)

La Hora, 26 de Septiembre


(pulsar en la imagen para poder leer el texto)

La Nación Domingo, 28 de Septiembre


(pulsar en la imagen para poder leer el texto)
Precisión de la autora: “El libro de Carmen” denuncia mediante una caricatura la tendencia muy criolla de considerar los efectos devastadores de la misoginia como “algunos dolores sicológicos por calmar”….

Leer más...

dimanche 16 novembre 2008

Darío Oses comenta "El Libro de Carmen"

Soy incapaz de calificar objetivamente a un libro de malo, regular o bueno. Apenas puedo decir, muy subjetivamente, que un libro me resulta interesante cuando me provoca, es decir, cuando yo como lector encuentro en él grandes afinidades o grandes desaveniencias. Y en este libro encontré las dos cosas.

Empecemos por las afinidades. Siempre he pensado que hay que denunciar una de las grandes estafas que nos venden a través de las canciones populares, las teleseries, los comerciales, los folletines y otros relatos mediáticos: la del amor, es decir de la coincidencia de dos personas que en su encuentro hallan la dicha plena, la felicidad definitiva.

Dice la autora: “Cuando se tiene veinte años todas las historias de amor se anuncian bellas, es como una evidencia”. Y luego: “Carmen tenía una singular capacidad para enamorarse y una aptitud mayor para levantarse y recomenzar luego de las decepciones a las que conducía su legendaria ingenuidad.”

Sí, desde luego hay que ser muy ingenuo para enamorarse, y de un candor patológico para reincidir en el enamoramiento después de las decepciones. Y esto es, en alguna medida lo que le pasa a Carmen protagonista de este libro. Sólo después de muchos desastres logra convencerse de que el encuentro amoroso de un hombre y una mujer no produce nada parecido a una novela rosa sino más bien escenas propias del relato de terror.

La autora nos presenta el amor como un engaño y advierte: “…existen circunstancias atenuantes que predisponen a dejarse engañar. Por lo demás a la mayoría de las mujeres les sobran las circunstancias atenuantes…” Más adelante habla de la compasión que ella misma, es decir la autora, siente “por las ingenuas que siguen poblando este mundo. Rechazarles esta mínima ilusión sería un acto de crueldad completamente inútil.”

Aparece aquí en esta novela la figura del seductor. Es un personaje universal. Está en las muchas versiones que se han hecho de don Juan Tenorio, el hombre que seduce por deporte o para poner a prueba una y otra vez su propia capacidad de seductor. Y uno de los recursos que el seductor tiene es su capacidad de manipular la ingenuidad de la víctima. Escribe la autora: “Él le hablaba de todo aquello que soñaba oír, todo cuanto cualquier mujer soñaría escuchar”…Éste es un viejo recurso, manoseado y archiconocido, que sigue dando resultado porque en realidad lo que hay aquí es una colusión perversa: el seductor engaña a una mujer que quiere ser engañada y colabora con el engaño. Cuenta mentiras que la engañada sabe que son mentiras, pero quiere creerlas.

Como todos los don Juanes, el de esta novela, que se llama Sandro, una vez consumada la seducción pierde interés en la víctima y pasa a despreciarla. Comenta con sus amigos: “.. jamás había conocido a una tontona tan estúpida, tan ingenua”, y la despacha.

De lo que hablamos aquí es del amor romántico, del amor como envolvimiento afectivo total, que prodiga y exige fidelidad total. Lo sorprendente es que muchas mujeres y también hombres sigan creyendo en algo tan anacrónico, tan añejo y apolillado.

Este tipo de amor es una invención de los trovadores provenzales del siglo XII. Es una construcción cultural que podría y debería derogarse. La literatura de todos los tiempos nos advierte que nada bueno se puede esperar del amor. Las historias de amor paradigmáticas, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, terminan en muerte. Las heroínas apasionadas de la novela del siglo XIX, Emma Bovary, Ana Karenina, se suicidan. Uno de nuestros trovadores modernos, Desiderio Arenas, nos advierte:

las historias de amor
son lo más triste que existe.
Las historias de amor
En general terminan mal.

Pero las ingenuas, como Carmen, siguen creyéndose el cuento, hasta que alguien viene a sacarla del error y en este caso es el mismo Sandro, al que yo veo como un personaje luciferino que ejerce la maldad, pero no gratuitamente, sino como una forma de revelarles a los ingenuos la monstruosidad del mundo real.

Esta monstruosidad se revela con el movimiento que me parece más interesante de este libro: la transposición del engaño y del abuso desde el plano íntimo y privado del amor hacia el ámbito público y político. Los mismos recursos que había usado el seductor para humillar a Carmen, los usa una pareja de torturadores contra presos y especialmente presas políticas. La agresión del seductor pasa a ser la del torturador. La manifestación más brutal del orden patriarcal en Chile, que fue el gobierno de Pinochet se dirige contra el cuerpo de la patria o de la matria.

Ahora voy a hablar de mis desacuerdos.

Estos se produjeron en cuanto empecé a leer la historia de Carmen, que inicialmente aparece como una mujer golpeada por el padre, privada de anticonceptivos por un médico varón, y violada sin violencia por un seductor anónimo. El libro reproduce un discurso feminista muy convencional: la mujer, esencialmente buena, aparece en estas primeras páginas como una víctima inocente del hombre, malo.

Me parece que esto simplifica una realidad en la que todos, mujeres y hombres, somos víctimas y también cómplices de un orden patriarcal jerarquizado, competitivo, consumista, despiadado, que usa y abusa de la violencia represiva. El problema es que el acceso de la mujer a posiciones de poder no ha cambiado sustancialmente esta situación. No basta con poner a mujeres como presidentas de la república para cambiar el orden patriarcal. De hecho siempre ha habido mujeres en el poder. Lucía Hiriart tuvo mucho más poder del que tiene Michelle Bachelet y eso no mejoró las cosas.

Afortunadamente este alegato feminista adquiere ciertos matices a medida que avanza la novela, y aparecen hombres sensibles y luchadores.

Entretanto Carmen se hace cada vez más inteligente. Practica el amor libre y sin compromisos. Curiosamente esta Carmen desencantada se dedica a escribir novelas romanticonas. Muchos hombres pasan por sus sábanas. De pronto ella vuelve a escuchar palabras almibaradas. Ayayaiii, entonces como lector ví venir un peligroso final tan feliz como tópico, en el que Carmen vuelve a creer en el amor romántico. Por suerte la autora advirtió también el mismo peligro y lo constata: “Ya se me va la pluma por donde no debe ir. Los personajes adquieren vida propia y no logro controlarlos. Carmen sigue creyendo en fantasías, sueña con el amor, y la tentación es grande de ayudarla a obtener por fin lo que tanto desea, ¿pero para qué serviría? Ésta no es una de las supuestas novelas escritas por Carmen con un final romántico y ridículamente feliz, y en ningún caso terminaré la narración con dos enamorados trémulos, viviendo en un mundo de Bilz y Pap…”

No, hombres y mujeres no estamos hechos para ser felices juntos. Pero la expectativa de serlo nos persigue implacablemente. ¿Qué hacer para separarnos definitivamente? Porque la unión ya no es necesaria ni siquiera para procrear. Nosotros podríamos enviar nuestros espermios y ustedes sus óvulos a un laboratorio y ahí que se junten ellos, mientras nosotros permanecemos a una prudente distancia y así nos evitaríamos tantos malos ratos.

Uno de los primeros teólogos católicos, Orígenes, optó por una solución drástica, la emasculación, o sea se cortó el pirulo, como quien corta una amarra que lo ataba a la mujer. No se si habrá sido una solución eficaz, porque tenemos un pene interior que es mucho más difícil de cortar.

La relación amorosa está llena de suspicacias, simulaciones, manipulaciones y engaños. Tal vez eso derive de que hay un orden patriarcal monolítico, que le teme a la mujer, mujer que en algún momento también aterrorizó al hombre cuando imperaba en el mundo un orden matriarcal. De ahí la creación de los monstruos mitológicos femeninos: las medusas, empusas y gorgonas. Ahora acabamos de construir una. Esta dama que mandó a matar a su cuñado ha pasado a ser la encarnación del mal en la tierra. Pero si la comparamos con Krassnov o con el guatón Romo, es un ángel. Aparece ahora como una nueva versión de la Quintrala, que también es una niña de pecho al lado de la soldadesca española de su época que perpetraba crímenes horribles en la población indígena.

La autora de esta novela construye la figura masculina del seductor que al penetrar en zonas más profundas del mal se convierte en torturador

Todo lo que ocurre a lo largo de este libro conduce a un desenlace muy bien armado. Por una pista muy sutil Carmen llega a desenmascarar a dos seductores - torturadores. Pero, así como la autora no se dejó llevar por la tentación de un romántico final feliz, tampoco cede a la fácil celebración de este descubrimiento de Carmen como un triunfo contra el mal. Este sigue existiendo porque, como lo escribe: “detrás del mal, existe otro mal: el más absoluto … detrás de los verdugos, de los violadores, hay otros hombres. Ésos que conservan las manos limpias y la sonrisa, una gran y extraña sonrisa.”

Tendría que agregar que una de las habilidades que tiene el mal es la de vestirse con las ropas del bien. Esos hombres de extraña sonrisa siempre alegan estar al servicio del bien y capaz que hasta se lo crean. Por eso el mundo es un escenario en el que luchan no el bien contra el mal, sino el bien contra el bien… pero casi siempre sale ganando el mal. Como en esta novela, donde el pequeño triunfo de Carmen es sólo una reivindicación de dignidad femenina y humana. Pero el mal permanece.
Leer más...

Nubia Becker: Unos comentarios al "Libro de Carmen"

Eugenia Lorenzini me habló de este libro, de la autora María London. Tal vez lo hizo de manera tentativa para palpar eso que está en boga: La recepción. La recepción de la obra literaria, que es parte de su todo, de su completitud. Es decir, que mientras una obra no se pone en contacto con un lector es materia inerte. Como lo aconseja el gran Roland Barthes, lo leí como lectora atenta; quise concentrarme en lo meramente literario, para hacer un análisis sin dejarme llevar por las emociones y sentimientos que pudieran empañar la comprensión cabal de su trama. Sin embargo, al poco rato de leer estaba de lleno haciendo el camino de esta mujer, una mujer mundo se podría decir, porque en ella, en Carmen, la protagonista, se carga el sino del género. No, no el sino, no es apropiado ni correcto hablar del sino. Me corrijo, hablar de sino sería caer en la trampa de que el género está en los genes y no en la cultura. Y ese equívoco no es cualquier detalle; es algo muy delicado, porque si habláramos de sino ya no habría más que hablar. Precisamente, porque no es así, porque nacemos iguales y a la vez diferentes es que no podemos cargar con el estigma de ser las depositarias naturales de los prejuicios y creencias que nos atan a la minusvalía emocional, a la culpa, al falso pudor y a la vergüenza. Lo que hay es esta carga cultural, construida desde el poder, y conservada por las grandes mayorías, la que nos clasifica y condiciona y se nos olvida que por ser histórica es posible de combatir y cambiar entre todos, sin negar el valor de la vanguardia.

Clarificado esto, puedo decir que dí rienda suelta a mis emociones en la lectura, y seguí paso a paso la ruta de la protagonista. Lo primero fue la sorpresa. Me parecía increíble que una mujer moderna e intelectualmente capaz pudiera, en pleno siglo XX estar tan atada a los miedos e inseguridades para mantener una relación íntima con una persona que merecía todo su amor y confianza, y que lo hubiera dejado ir por no romper con las normas de resguardo de la doncellez. Es que no lo podía creer. Pero, a reglón seguido cambié de la sorpresa a la consternación, al comprender que nuestra vida como féminas sigue llena de bárbaros tabúes en relación con el amor y la sexualidad, y que éso que ya es malo, empeora pues ese tabú es el germen de otra serie de rasgos adquiridos que se manifiestan como reflejo en la conducta femenina: como el negarse el placer, el no aceptarse como persona igual al otro, el no respetarse en sus propias tendencias y resoluciones, el ceder a la menor presión, achicándose en la contienda de competencia. Es darle vuelta la espalda a los sueños. Es enfrentar la vida desde la duda y el temor, es desconfiar de nuestros talentos y esperar la aprobación de otros para tomar decisiones personales, es no atreverse a decir claro y fuerte lo que uno quiere y no quiere, es permanecer ignorante de los reclamos de su cuerpo y sus deseos, y derivarlo a las jaquecas, a las alergias, a los insomnios y a las depresiones; es en fin, avergonzarnos de la felicidad y expiarla con la culpa.

El libro de Carmen aporta mucho, porque llama a la reflexión de cómo vivimos esta relación de género cada una y uno de nosotros. Es un estupendo recordatorio que penetra a fondo la interioridad de la mujer, desde el propio discurrir de su vida en el aquí y en el ahora. Es la evidencia clara de un mundo, que si bien avanza, debe revisar conductas aberrantes que se han naturalizado por la cotidianidad en que se realizan, y donde la única manera de cambiar es la vigilancia constante y paciente sobre nuestro propio actuar, a fin de irlo modificando por medio de nuestro propio cultivo en el ejercicio de nuestra autonomía, en la convicción de que somos excepcionales y dotadas de grandes dosis de afectividad e intuición, dueñas de una inteligencia admirable y de una rotunda convicción de que lo que pensamos, decimos y hacemos es correcto y necesario. Creo que así es posible encontrar las vías para lograr el aprecio absoluto que merecemos, y la autonomía que necesitamos para gozar la felicidad y los dones recibidos.

Lo segundo, es que la lectura de este libro despierta un encono legítimo, ya sea porque médicos arbitrarios de ayer y de hoy, ligado a pensamientos reaccionarios, impiden el acceso a anticonceptivos a las mujeres, considerándolas como objetos, como vientres destinados y/o maldecidos por Dios a la maternidad como su único y alto sino. Esta tropelía médica, y también judicial, impuesta arbitrariamente por consideraciones ideológicas, es un abuso y un atropello intolerable a los derechos de las personas sobre su cuerpo integral, y sin embargo, sigue vigente en sectores de la Iglesia y de la sociedad. Sin ir más lejos hace una semana, un pequeño grupo de manifestantes se paraba frente a los tribunales para exigir que se le permita a una joven mujer abortar un feto con malformaciones letales, esto significa que no es posible su vida al nacer. Y la mujer, con todo el dolor y el maltrato, debe seguir el proceso de gestación hasta que llegue la hora del parto, bajo la mirada cruel e inhumana de gente que impone por el avasallamiento sus ideas.

Lo otro que mueve a la ira en la lectura de este libro es el abuso cruel, la violación a mansalva que bajo la tutela de la impunidad de que fue objeto la protagonista. Lo mismo sufrieron muchas mujeres prisioneras en tiempos de la dictadura. Como testigo sobreviviente de Villa Grimaldi y de campos de prisioneros políticos, lo puedo atestiguar. Esa fue una forma de tortura que conjugaba el machismo salvaje con la crueldad extrema y la cobardía de los represores. El pecado de las víctimas mujeres fue el de “meterse en la política”. Ese era el argumento que justificaba el castigo. La mujer que andaba en eso, era una prostituta, un ser degradado al que se le podía infligir cualquier castigo, someter a tortura o a cualquiera aberración sexual. A eso se unía la amenaza a los hijos. Muchas mujeres pasaron por esos tormentos. Pero cuando ya han pasado tantos años, nos hemos dado cuenta que lo común era que nos quedáramos calladas acerca de la naturaleza de esas agresiones; las asumíamos como una forma más y genérica de tortura. ¿Por qué? Nos preguntamos cuando quisimos o pudimos abrir esos episodios. A veces fue porque el horror bloquea, porque la envergadura de esa violencia sobrepasaba la asimilación de ese hecho. A ello se unía la sensación de suciedad y de contaminación del cuerpo con esa mancha indecente por venir de quienes venía. Era una situación antihumana. Bestial. A las que teníamos pareja e hijos nos parecía algo innombrable; un baldón en nuestras vidas y tratábamos de proteger a nuestros seres queridos de ese fango de la gran humillación a la que habíamos sido expuestas. Así, el tabú también funcionaba en nosotras. De manera inconsciente, pero funcionaba. Y quedó más en evidencia cuando al salir de prisión lo primero que se hacía era denunciar y dar testimonio de los que quedaban detenidos y de los prisioneros desaparecidos que habían estado con nosotras en las diferentes prisiones. Después relatábamos los lugares secretos y las condiciones en donde estuvimos detenidas, identificábamos las fuerzas que nos custodiaban, y las torturas a que éramos sometidas. Pero en ninguna de las fichas que llenábamos había una pregunta o un casillero que mencionara la violación, y a nosotras tampoco se nos ocurría agregarla. A nadie, con una mente sana se le ocurría que se pudiera llegar a ese límite de crueldad.

Y para terminar puedo decir que el Libro de Carmen también remueve en su lectura un pedazo de la historia real de este país.
Leer más...